domingo, 20 de noviembre de 2011


A un lugar de la campiña, de cuyo nombre no quiero ni acordarme, acudimos nuestras mercedes a tapiñar en una, al parecer, no muy buena noche. Después de observar, dicho séase de paso, la carencia de servilletas y diferencia de tamaño de los utensilios utilizados para no tener que usar las manos, pedimos, con una sonrisa que nos llegaba de oreja a oreja, y para empezar, dos raciones de gambas, sin saber que ahí empezaría a achicarse nuestras sonrisas. Olían las “gambas” (digo gambas porque fue lo que nuestras mercedes pedimos) desde no muy cercana distancia, pero más que a marisco, un servidor diría que olían a aceitunas recién aliñadas, por su desinfectante olor a lejía. Y que contar a vuestras mercedes del tamaño, que aunque alguien dijo que el tamaño no importa, ¡joder! en este caso no digan vuestras mercedes que no.

La primera hornada la tuvimos que desechar y devolverla a su panteón. Raudo y veloz la tabernera nos trajo otra hornada, recién hecha, que diferenciábase de la primera en que no olía a lejía, pero tampoco a marisco, o sea, inolora e insípida por mas. En fin dejo el resto de la crónica a mi compañero, maese BACUS, quien seguro que apoyará mis argumentos.




1 comentario:

  1. Certera previa. Esperemos que no hayan más aspas de molinos en el camino.
    Un saludo

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